domingo, 26 de septiembre de 2010

Mirando fijamente

Al entrar en aquella apartada habitación no pude evitar mirar al espejo con una sonrisa de desagradable desprecio tan habitual en mi tez. Sin embargo, nadie me la devolvió. El hueco donde debía aparecer mi atribulado yo me invitaba a escudriñar cada palmo de ausencia. En el reflejo especular podían observarse todos los presente, excepto yo. Soledad, sólo eso y nada más.

Mi otra mitad había desaparecido tiempo ha. Era frustrante alargar el brazo y tocar el frío cristal reflectante mientras, espectante, creías que recibirías el mismo gesto en respuesta desde el otro lado. Pero no era así, y cada hora que pasaba tocando aquel monumental espejo era larga y vana.

A mi alrededor se sucedían sombras y luces, todo un espectáculo de color para cualquier persona. Menos para mi, que unicamente me limitaba a atravesar la infinita transparencia de mi ausente reflejo con mi mirada.

Las horas se convertían en años ante mí, y únicamente esperaba a que volviera aquel que un día se fue y me dejó solo.

A veces percibía como la calidez del baile de luces pasaba junto a mi, incluso el gélido hálito de la danza de sombras. Formaban un extraño y llamativo coro que no dejaría indiferente a nadie. Pero allí seguía yo, ausente a tantos estímulos esperando reencontrarme conmigo mismo al otro lado del cristal.

Y aún hoy sigo aquí, sentado en el suelo y observando el infinito ante mis ojos ciegos. Si regresó a rozar las arrugas de mi mano no lo sabré nunca.

[...Y de tanto esperar perdió la fé en sí mismo...]

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